viernes, 28 de febrero de 2014

El valor ( y la belleza) de lo inútil

 “En el universo del utilitarismo, en efecto,  un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo vale más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro, porque es fácil hacerse cargo de de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para que pueden servir la música, la literatura o el arte”
Nuccio Ordine  

Toda esa belleza inútil cantaba Elvis Costello en uno de sus más hermosos discos. No imagino que el británico sea santo de la devoción del ministro Wert. Su última reforma educativa se orienta decididamente hacia la concentración en asignaturas serias, relegando al segundo plano a lo que llama “asignaturas que distraen”. Porque a los adolescentes en pleno proceso de transformación les despista mucho asignaturas tan inútiles y poco rentables como la filosofía, las artes plásticas o la música. Disciplinas de las que no se puede obtener a menudo un rápido rendimiento económico.
Para progresar en cualquier carrera científica resulta imprescindible que no haya trabajo ocioso: cualquier proyecto que no sea capaz de producir una publicación en revista de impacto del primer cuartil implica descender de categoría, sin “méritos” para seguir jugando en las grandes ligas de las convocatorias bien llamadas “competitivas”.En la institución donde trabajo el objetivo consiste en llegar a “justificar” la mayor parte de las horas de trabajo anuales. La “justificación “ consiste en poder imputarlas a proyectos, concretos, productivos, financiables y facturables. Las siete horas diarias de un médico de familia se consideran improductivas si cada minuto no está destinado a la atención de un paciente concreto.
El término útil se ha hecho sinónimo de utilitario. Lo que no es práctico, rentable o utilizable se desprecia. Nuccio Ordine escribió el año pasado un librito imprescindible: “La utilidad de lo inútil”. En él recuerda que existe otra acepción del término:" útil es lo que nos ayuda a hacernos mejores", valor éste que no cotiza en bolsa. El inmenso saber que legó a la humanidad un pequeño país árido llamado Grecia no se contempla en las negociaciones de la deuda griega con los bancos europeos, es decir alemanes. Quizá tanto desdén proceda del hecho de que el saber no puede comprarse, no hay cheque alguno que permita su adquisición. “Nadie podrá realizar en nuestro lugar el fatigoso recorrido que nos permitirá aprender”.
Hasta las instituciones vinculadas a esa inaprensible tarea del aprendizaje han aceptado sin réplica su conversión en factorías de titulación, acreditación y producción de graduados y doctores, ahora llamados clientes. Impresiona comprobar como la pueril y trastornada afirmación de William Deming (gurú sagrado de la calidad) de “ en Dios confío: todos los demás deben traer datos”  ha sido también aceptada sin rechistar por la comunidad académica, enfrascada en el muy útil proceso de generar sexenios, certificaciones y acreditaciones ANECA. La adquisición de sabiduría ha pasado a ser considerada algo del pasado, capricho de gente estrafalaria
Ordine recuerda el relato de aquel genio llamado David Foster Wallace cuando hablaba sobre la importancia de algo invisible llamado cultura:
“Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria: éste les saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días chicos, ¿Cómo está el agua?. Los dos peces chicos siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: ¿Qué demonios es el agua?”
Para Wallace “las realidades más obvias , ubicuas e importantes son a menudo las que más nos cuesta ver y las más difíciles de explicar”
Los mal llamados ratos de ocio ( cuanto descubrimiento o idea genial  proceden de ellos) se han contaminado también de esa obsesión por lo útil. Escuchamos música mientras conducimos, leemos mientras escuchamos música, damos paseos  o montamos en bici atados a los auriculares que nos traen noticias, canciones o podcasts. Resulta realmente difícil encontrar momentos en los que no hacer nada.  Como decía Ionesco “el hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo,  es prisionero de la necesidad, no comprende que algo puede no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puedes ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil,la  inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, donde no hay risa, hay cólera y odio”
Quizá de eso se trate. Como escribe Ordine "sin la pedagogía de tanto saber inútil sería muy difícil continuar imaginando ciudadanos responsables, capaces de abandonar los propios egoísmos para abrazar el bien común"


común”

4 comentarios:

  1. La paradoja es que en términos de mercado vale más la excelencia en arte, literatura o música que en el uso de martillos, cuchillos o llaves inglesas. Y si no que se lo digan a Jeff Koons, Paul Auster o Bruce Springsteen. Quizás sea la venganza de lo “inútil”…

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  3. El cientificismo, que es utilitario, basado en proyectos, es un veneno para la propia ciencia.
    El premio Nobel Kornberg, cuyo hijo también ganó otro Nobel, dijo en una ocasión que el mejor proyecto de investigación era no tener ninguno.
    Abundan los ejemplos de grandes científicos que lo fueron porque jugaron, en sentido literal, porque no se ajustaron al proyecto en curso, porque no se fijaron en lo “publicable” o “patentable”, porque despreciaron lo útil. No sólo matemáticos, también físicos de la relevancia de Einstein, o gente como Turing, Shannon, Brenner y tantos otros.
    Cuando alguien le pregunta a otro “¿y… para qué te sirve eso que estás leyendo?” está mostrando su necedad. Pero es en esa mediocridad estúpida, de aspirantes a “especialistas” que sólo buscan un saber parcelario, en donde se pretende instalar la investigación científica, concebida como una carrera insensata por publicar y ser, además, el primero en hacerlo cuando se trata de una línea fuertemente competitiva (conocemos las consecuencias; Hwang es un buen ejemplo).
    La concepción utilitaria, cientificista, tiene nefastos efectos en la ciencia a la que parece adorar, especialmente en la biomédica, en la que abundan ahora los afanes de completitud, sea genómica o neuronal, con toda la serie de macro-proyectos inacabables relacionados. Es llamativo que, recogiéndose en PubMed 366 publicaciones diarias sobre “cancer” el año pasado, la mortalidad por cáncer sólo se haya reducido en un 10% en los últimos 50 años, según recogía Nature. Parece que muchas publicaciones, incluyendo las que se dan en revistas de “alto impacto”, son absolutamente prescindibles. En general, la mayoría de lo que se publica sirve sólo al curriculum de quien lo hace, pero no a la ciencia.
    En España, donde siempre copiamos lo estupendo, basta con pensar en el valor otorgado a esa métrica de productividad (número de publicaciones, orden de firma, impactos, cuartiles…) e incluso del propio aprendizaje, valorándose sólo lo “acreditable” frente al saber procedente del estudio. Esa burda copia de lo peor no nos inmuniza de grandes pérdidas como las asociadas al desmantelamiento economicista de centros de investigación, a la expulsión fáctica de científicos que han de emigrar para vivir, o a las jubilaciones abruptas de médicos sin una reposición adecuada que impida claros deterioros asistenciales.
    Y si la concepción utilitarista perjudica extraordinariamente a lo aparentemente más útil, que es la ciencia, ya no digamos lo que puede significar en términos educativos generales. Bolonia nos lo muestra. ¿Para qué la Filosofía, por ejemplo? Puede darle a la gente por pensar, algo absurdo en esta época.
    Parece que la pregunta ¿para qué sirve algo? es posterior a la respuesta asumida. Sirve lo que nos prepara para ser siervos cualificados.

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  4. Acabo de leer el libro de Ordine.
    Magnífica la recopilación del pensamiento filosófico sobre la utilidad de lo inútil y la inutilidad de lo útil y precioso el ensayo de Flexner que se incluye.
    Parece que nada más "útil" que Princeton y, sin embargo, su éxito se basó en dejar que allí hubiera científicos visitantes ("gracias" a Hitler) que pudieron pensar en aparentes inutilidades.
    Russell ya habló a favor de la ociosidad. Y es que nada peor que lo que está tan en boga: la consecución de objetivos.

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