martes, 27 de enero de 2015

"No es de mi competencia"

La sierra de Castril es una de las zonas de montaña más hermosas de la provincia de Granada. Al subir la estrecha carretera que acompaña al río Castril, con la intención de llegar a su nacimiento y subir a la Empanada, una placa de hielo se cruza en el camino del todo terreno y éste comienza a deslizarse lentamente como si fuese un patinador; pero a diferencia de éste no tiene control. Durante 50 largos metros el azar determina, como el que tira una moneda al aire, si su destino es el arcén de la ladera, o el barranco. Afortunadamente elige la primera opción. Y todos respiramos.
Pero el problema no acaba ahí. El coche queda situado en el arcén del camino; todos los intentos de sacarlo de allí fracasan porque el camino es una placa de hielo. Supone un peligro para cualquier vehículo que vuelva por la carretera de regreso; primero porque la pendiente es una pista de patinaje; pero también porque en caso de perder el control las alternativas son estrellarse contra el coche atascado… o caer al barranco.
Una de las vecinas del cortijo más cercano nos cuenta de que llevan tres días reclamando al ayuntamiento de que envíen algún medio mecánico para despejar el camino sin recibir respuesta. Tras un rato de caminata llegamos al camping, único lugar de la comarca con cobertura telefónica. Llamamos a la compañía de seguro, que deriva la llamada al 112, que a su vez la deriva al 112 de Andalucía; responden que no les figura Castril. Pasado un rato nos ponen en contacto con la Guardia Civil, a la que se informa del peligro que supone la situación del curso para los vehículos que pudieran descender por esa carretera. Responden que no es su competencia.
Proponen que se contacte con el Ayuntamiento. Tampoco es de su competencia.
En ese momento entra un hombre preguntando si ha pasado por allí el propietario de un vehículo averiado en el camino; ha chocado con él, pero afortunadamente sin daños personales. Apenas se han producido daños en su vehículo pero ha parado para hacer los papeles.
Ante la falta absoluta de respuesta de todos los servicios públicos, se ofrece a pasar por su cortijo para avisar a la familia de que está bien y ayudarnos a movilizar el coche; el buen samaritano tiene amigos a comer en casa; él no come pero comparte la paella con nosotros, recoge picos, palas y rastrillos y volvemos por la carretera hacia el coche bloqueado. En el camino nos cruzamos con un segundo coche con la defensa delantera destrozada que nos pregunta si somos los dueños de un coche abandonado; también se ha estampado contra él; podrían haber pasado sin dar explicaciones, pero paran para rellenar los papeles reconociendo que el coche estaba estacionado,  pero una placa de hielo les deslizó contra él; se consideran afortunados por no caer por el barranco.
En ese momento llega un coche de la Guardia Civil. Piden directamente los papeles a todo el que se mueve. Al pedirles ayuda responden que no tienen medios, que por no llevar no llevan ni cadenas, y que eso no es de su competencia; en todo caso de la Guardia Civil de montaña, que ellos son solo rurales. Eso sí, si decidimos movilizar el coche será bajo nuestra exclusiva responsabilidad. Según parece la única alternativa existente (no movilizar el vehículo, no hay medios de rescate) sería esperar al deshielo
Se dan la vuelta sin ofrecer la más mínima ayuda.
Cinco horas después, con la impagable ayuda del buen samaritano, conseguimos movilizar el coche y emprender el regreso a casa.
Ningún cartel advertía de que la carretera estuviera cortada o restringida al uso de cadenas. Ningún medio mecánico había limpiado la carretera para los habitantes de la zona. Si alguno de los vehículos se hubiera precipitado por el barranco este anecdótico incidente hubiera sido ampliamente recogido por los medios; administraciones y servicios públicos se habrían enzarzado en un cruce de acusaciones porque “la  competencia era del otro”. Se propondrían establecer medidas de prevención de  este tipo de accidentes, destinadas a la mejora de la seguridad vial.
Es interesante el contraste entre el comportamiento de la gente anónima que uno encuentra en la montaña y los llamados servicios públicos. El por qué un buen hombre que baja de la montaña es capaz de renunciar a una comida de domingo con familia y amigos que no conoce de nada. Y por qué todos los dispositivos cuya función fundamental es dar un servicio público no encuentran razones para hacerlo porque “no es de su competencia”.

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