miércoles, 4 de octubre de 2017

El vuelo de la efímera



In shoals the hours their constant numbers bring,
Like insects waking to the advancing spring;
Which take their rise from grubs obscene that lie
In shallow pools, or thence ascend the sky:
Such are these base ephemeras, so born
To die before the next revolving morn.
George Crabbe, The News-paper, 1785

La vida de la efímera o cachipolla (Ephemeroptera) es corta pero intensa. No tiene un milisegundo de aburrimiento. Su forma, a mitad de camino entre la mosca y la mariposa, la hace especialmente apreciada por buena parte de los pequeños depredadores de la charca. En los amaneceres y atardeceres del verano emergen a menudo de forma sincronizada para evitar morir antes casi de nacer; pero en caso de no acabar en el angosto tubo digestivo de algún vecino, su vida será tan resplandeciente como corta: apenas uno o dos días, incluso algo tan breve como cinco minutos.
Ayer recordaba El Médico interactivo el 40 aniversario de la creación del Ministerio de Sanidad español, un interesante reportaje para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Por si a alguien le interesa, el perfil dominante entre los ministros y las ministras del negociado es el de licenciado en derecho (nada menos que 10), seguido por el de los economistas (4),   demostración de qué es lo que verdaderamente importa en materia sanitaria. Solo en dos casos fue un profesional sanitario el responsable del ministerio (en ambos casos médicos).
No entraremos a valorar su cualificación y adecuación para el puesto que en algunos casos llegaron a cotas hilarantes independientemente del partido gobernante: desde los bichitos que se caen de las mesas de Sancho Rof a la recomendación de hacer caldillos con huesos de cerdo en vez de vaca de Celia Villalobos, sin olvidar las pulseras Power Balance de Leire Pajín y la febril actividad de “Ana Mato haciendo cosas”.
Agrupados por etapas de gobierno, la UCD nombró a 5 ministros en un periodo de apenas 5 años, es decir un ministro por año. Los gobiernos socialistas de Felipe González fueron nombrando a un total de 5 en 14 años, en increíble periodo de estabilidad con un ministro cada 2 años y medio. Bien es cierto que la cifra tiene trampa porque en este periodo se concentran dos de las tres únicas ocasiones en las que un ministro se mantiene durante toda la legislatura, los mandatos de Lluch y García Valverde (el otro que la agotó fue Romay con Aznar). Si no tenemos en cuenta estas excentricidades, en un periodo de solo 5 años (1991-1996) se acumulan nada menos que tres ministros socialistas (a una media de año y algún mes por ministro).
El gobierno del hombre de las Azores aporta un interesante balance de 3 ministros en 8 años, uno cada dos años y medio. Los gobiernos de Zapatero, además de una de las mezclas más extravagantes de ministras (y ministro) que se recuerdan, consigue un buen resultado: 4 en 7 años, es decir un ministro cada año y 7 meses.
Por último los gobiernos 2011-2016 del inefable Rajoy alcanzan la mejor media de todas: como escribía ayer con su habitual brillantez Repullo, “un ministro al año no hace daño (aunque es costumbre más sana, un ministro a la semana)”
Dada la habitual ignorancia con la que han accedido al cargo tan excelsas autoridades (salvo honrosas excepciones), la efímera vida del ministro de sanidad parece una estrategia inteligente: con esa media global de 1,9 años por ministro (siempre menos de 2 años en cualquier caso), se consigue su relevo en busca de mejores y más sustanciosos destinos.antes de que puedan hacer un daño excesivo.
Un ingenuo podría pensar que la razón de tanto barullo y recambio estriba en la democrática alternancia entre partidos que obliga a que otra sensibilidad política ejerza el cargo. Nada más lejos de la realidad: dadas los prolongados de gobierno (al menos dos legislaturas) los relevos se producen dentro de la misma línea ideológica. Dos posibles causas podrían explicar el fenómeno: una podría ser las habituales disputas entre corrientes y familias dentro del mismo partido, las inevitables rencillas, resentimientos y venganzas tan consustanciales con nuestra forma de ser; la otra es más simple y posiblemente más cierta: realmente al que tiene la última palabra le importa un bledo quien se encargue de un tema como el sanitario.
Tranquiliza mucho saber que los nombramientos de Director de mi institución se encuentran perfectamente alineados con estas tendencias modernas en materia de dirección y gestión. Aquellos tiempos en que el director se mantuvo en el mismo puesto durante 15 años son propios de épocas pretéritas, de los tiempos de Harvey y el descubrimiento de la circulación de la sangre.
Los tiempos líquidos de Bauman exigen directores de usar y tirar, gente que entre el “ponte bien” y el “estate quieto” (que cuenta un sabio cercano), ni siquiera tiene tiempo de pensar en lo que tiene que hacer.
Mi último jefe superó todas las marcas de longevidad de este periodo, alcanzando la desproporcionada cifra de 2 años y medio, muy por encima de la media de 1,7 años de los últimos 17 años.
Tal vez en unos años se estudiará en las escuelas de negocio y salud pública del mundo esta especial forma de “milagro español”, capaz de gestionar organizaciones complejas sin apenas conocimiento de lo que se trae entre manos. Hasta el momento, sin embargo, explica por qué buena parte de nuestros esfuerzos se escapa por el sumidero, despilfarrando el tiempo y el conocimiento sin dar el tiempo suficiente para que den frutos.
En el  Pequeño gran libro de la ignorancia el divulgador John Lloyd escribía que las efímeras disfrutan de una vida breve pero intensamente dedicada al sexo. En el caso de los directivos sanitarios españoles desgraciadamente ni eso.

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